Las Articulaciones

          En los huesos que hemos examinado se ha señalado de manera especial las relaciones que mantenían entre sí por medio de las superficies articulares, que constituyen una parte de la articulación. Ahora completaremos el conocimiento de ésta mediante el estudio de los elementos no óseos, sino blandos, que intervienen en la estructura de toda articulación.

          En anatomía, el nombre de articulación se otorga al conjunto de partes duras y blandas que establecen una conexión entre dos o más huesos inmediatos. Ahora bien, articulación no significa necesariamente movilidad, la conexión ósea tanto puede permitir movimientos fáciles, amplios y variados como asegurar todo lo contrario: La movilidad; más absoluta entre los huesos vecinos. La variedad de movimientos articulares depende de la estructura de las superficies articulares. A cada articulación corresponden unas determinadas funciones y, por tanto, posee estructuras muy especializadas. No obstante, cabe hallar en ellas elementos y características funcionales comunes. En toda articulación hay que considerar superficies óseas articulares, partes blandas interpuestas entre aquéllas y otras colocadas a su alrededor.


          Atendiendo a la dinámica nula, medida o amplia, las articulaciones se han clasificado en inmóviles o sinartrosis, semimoviles o anfiartrosis y moviles o diartrosis.

          Sinartrosis (fig. 1), localizadas en los huesos del cráneo y los de la cara: los huesos quedan unidos mediante membranas fibrosas o cartilaginosas. Las primeras, llamadas suturas, aparecen como líneas, sinuosas, por lo general dentadas, en la bóveda craneal. Las segundas articulan huesos endocraneales.

          Anfiartrosis (fig. 2), también denominadas semiarticulaciones. De ellas, las auténticas sólo se encuentran en la columna vertebral; existen caras articulares, pero entre las mismas se interpone un cartílago que se adhiere fuertemente a las superficies óseas y el movimiento articular se reduce a cortos desplazamientos laterales.

          Diartrosis (fig. 3): en éstas se dan las condiciones óptimas, tanto por parte de los huesos como por la de los elementos blandos articulares, para obtener los mejores resultados en cuanto a la amplitud de movimientos y a la facilidad de su realización, así como a la seguridad y solidez que una articulación tan movible exige.

          Hay muchos tipos de diartrosis, o géneros, según sean los elementos articulares. Si se atiende a la morfología de las superficies que se articulan, hallaremos las que adoptan la forma de cabeza por una parte y cavidad por otra, o bien de superficies cóncavas y convexas que se corresponden recíprocamente, o de polea (tróclea) por un lado y cresta por otro, de cilindro óseo por uno y de anillo osteofibroso por otro y finalmente de caras planas por ambos lados. Tales adaptaciones articulares permiten la realización de variados y extensos movimientos. Entre las diartrosis más movibles merece citarse la del codo, en la cual se producen movimientos de deslizamiento, rotación, flexión, extensión y traslación (del radio, que determina los de pronación y de supinación). Las partes constituyentes de una articulación movible o diartrosis son: las superficies articulares; el cartílago que las recubre; los medios de unión y los de deslizamiento.

          Las superficies articulares de los huesos vecinos ya se ha visto que pueden tener formas muy variadas. El cartílago que las recubre se caracteriza por su solidez y gran flexibilidad. Dentro de la articulación puede haber otros cartílagos y fibrocartílagos; por su gran variedad no es posible elegir ninguno como tipo para una descripción generalizada. Para tener una idea de ellos, cabe destacar los fibrocartílaginosos propios de las superficies cóncavas de algunas diartrosis }(hombro), a las cuales se adapta

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